La confesión de David Gilmour

rojo floyd

Compuesta a partir de “30 confesiones, 53 testimonios, 27 lamentaciones (de las cuales 11 son ultramundanas), 6 interrogaciones, 3 exhortaciones, 15 informes, una revelación y una contemplación”, la novela Rojo Floyd de Michele Mari aborda como ningún otro libro la historia de Pink Floyd y la figura genial de Syd Barret. Aquí una de las confesiones de David Gilmour, “el hombre gato”.

Por Michele Mari.

Casi todos consideran Dark Side nuestro mejor disco: pero si le preguntan a Roger les dirá The Wall, mientras que yo… sí, creo que al final elegiríaWish You Were Here, sobre todo por la primera secuencia de “Shine on You Crazy Diamond”. Esta secuencia está ligada a un episodio terrible. 5 de junio de 1975, estudios de Abbey Road. Estamos grabando la versión definitiva del tema cuando vemos al otro lado del vidrio a un tipo extraño: gordo, completamente calvo, de unos cuarenta años, enfundado en un enorme abrigo bajo el cual asoma un delantal de ordenanza. Un hombre de la limpieza, pienso, pero enseguida me doy cuenta de que también lo mira con curiosidad el personal de la EMI. Les preguntamos a nuestros técnicos: nunca antes lo han visto, alguno propone que llamemos a los de Seguridad. Yo sabía por experiencia cuán peligrosos podían ser los fans, pero ese tipo no se parecía en nada a un fan: parecía más bien una cosa, un objeto que los escenógrafos se habían olvidado allí.

El más nervioso de todos era Roger, quien de hecho ordena con un gesto imperioso que se suspenda la grabación.

—Ey, Rog —le dice Nick—, tienes visitas del lado oscuro de la luna.

De verdad, parecía recién salido de un hospital psiquiátrico, con las cejas afeitadas y ese abrigo pesadísimo en pleno junio… Roger está por agarrarlo del cuello a Nick, cuando queda paralizado: todos nos quedamos inmóviles, porque el individuo, con los brazos pendulantes como un monigote, ha empezado a caracolear, balanceándose lentamente de izquierda a derecha. No sé por qué, pero era una situación insostenible: parecía que de un momento a otro fuese a explotar todo. Así que Rick sale de la sala y lo vemos hablar con aquel hombre del otro lado del cristal. Cuando vuelve a entrar está blanco como un fantasma. Ese tipo, nos dice, es Syd.

¡Syd! ¡Y justo cuando estábamos grabando ese tema! Sin pelo, cuarenta kilos de más por lo menos, ¡él, que era el más delgado de todos! Syd, sus bucles maravillosos… Roger y yo no lo veíamos desde hacía cinco años, los demás desde hacía siete, ¡pero no haberlo reconocido! No recuerdo bien qué sucedió después porque estábamos todos llorando, sé que lo invitamos a pasar y le hicimos escuchar completa la primera secuencia de “Shine on”. Hacía un calor infernal, pero él se dejó el abrigo, es más, cuando Roger hizo el gesto de quitárselo se cerró aún más dentro de sí, con la mirada de un animal acorralado. Yo escuchaba la música pero al mismo tiempo lo miraba: me parecía imposible que ese ser apagado y el Diamante del texto pudieran ser la misma persona, y de hecho no lo eran. Sea lo que fuera aquello en lo que se había convertido, eso ya no era Syd. Nuestro Syd habría acompañado la canción moviendo los dedos en el aire como tocando una guitarra invisible, mientras que aquel tipo siguió balanceándose sobre sí mismo como un cactus azotado por el viento del desierto. Y sin embargo al final hubo un momento, un instante solamente, en el que tuve la impresión de que el viejo Syd había regresado: fue al final de la canción, cuando Roger le preguntó qué pensaba, y él, esbozando por primera vez una sonrisa, dijo estas precisas palabras: “Bueno, chicos, si de verdad quieren saberlo, me parece un poco viejo”. ¡Un poco viejo! ¡A nosotros! Me puso tan feliz esa respuesta que aún hoy, cada vez que a alguno se le cae la baba por “Shine on”, no puedo dejar de repetir las palabras de Syd… ¡Destruido por el ácido, pero todavía más agudo que todos nosotros juntos, Syd, oh, Syd!